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Imagen navideña de Sevilla
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UN CUENTO NAVIDEÑO: VOLVER A CREER EN LA NAVIDAD... Y EN LA LIGA

25/12/2016
Entradilla
Un cuento de Navidad en clave sevillista
Cuerpo Inferior

Desde que murió mi padre dejé de celebrar con ilusión la Navidad y con los años incluso llegó a molestarme. Gradualmente comencé a sentir aversión por todo lo relacionado con esta época del año, tanto en lo referente a su carácter religioso como a sus implicaciones sociales y, sobre todo, comerciales.

El ajetreo de la gente y los regalos, las aglomeraciones en las calles para contemplar las luces y los belenes, los disfraces de Papá Noel, los villancicos, todo me irritaba, hasta el punto de que durante esos días me recluía en casa o, si la economía me lo permitía, me escapaba a algún rincón del mundo donde la Navidad pasara desapercibida. Entonces era joven, acababa de terminar la carrera y trabajaba para un estudio de arquitectura en el que creía iba a abrirme camino hasta convertirme en un profesional de éxito, que era lo único que por entonces me interesaba. Mi padre sólo había sido un albañil, que a lo más que llegó fue a maestro de obras, pero era un hombre íntegro. Nunca lo vi quejarse, aunque sí protestar, como buen sindicalista que era; y en lo referente a sus creencias siempre procuró conservarlas intactas, al margen de los vaivenes sociales. Él fue el que me inculcó la ilusión por la Navidad y el que hizo que hasta su muerte, precisamente un 25 de diciembre, la viviera como la fiesta más bonita del año.

Siempre escribíamos las cartas juntos, él, mi madre, mi hermana mayor y yo. Y como él era muy futbolero, muy sevillista, su lista de regalos, que normalmente consistía en buenos deseos y pequeñeces sin valor material, la remataba siempre de la misma manera: “Y un Campeonato de Liga para el Sevilla FC”. Aquello nos hacía reír a todos porque no sólo nos parecía una petición infantil por su parte, sino también porque objetivamente se nos antojaba un imposible. En cierta ocasión me contó que ese deseo lo venía formulando desde la vez que su abuelo, que normalmente sólo contaba historias tristes de la guerra que perdió, le relató el día en que fue a recibir al Sevilla Campeón de Liga de la 45/46, que venía triunfante desde Barcelona.

Según mi padre, ésa fue la única vez que a su abuelo se le iluminó la cara contándole un cuento y desde entonces lo asoció a algo muy parecido a la auténtica felicidad. Con el tiempo se dio cuenta de que en realidad la felicidad es otra cosa, pero para entonces ya era demasiado tarde y siguió pidiendo puerilmente aquel regalo de Reyes. El año que repentinamente murió mi padre, el mismo en que acabé yo mis estudios, fue el último que formuló aquel deseo incumplido y el último que escribí yo una carta de Reyes. Luego pasó el tiempo, me casé, tuve un hijo, al que le puse Daniel, como mi padre, y con la alegría de su llegada al mundo y el contagioso optimismo de Natalia, mi esposa, volví de nuevo a celebrar la Navidad con cierta ilusión. No era lo mismo, pero al menos fui recobrando poco a poco el sentimiento familiar de aquellos años en que cada quien escribía su carta y la colocaba junto al belén o el árbol.

En esta Navidad de 2016, en que cumplió sus cinco años, fue el primero en que Daniel pidió escribir su propia carta de Reyes. Nos sentamos a la mesa y con su catálogo de juguetes al lado comenzó a garabatear compulsivamente todo cuanto se le antojó: una bicicleta, un balón de fútbol… Fue todo muy bonito, pero lo más conmovedor fue ver la ilusión con que la colocó a los pies del árbol para ir a echarla al buzón al día siguiente. Por la noche, cuando Daniel se durmió, Natalia fue al árbol y extrajo la carta del sobre para copiar la lista de posibles regalos. ¿Y esto?, preguntó entre risas. Sí, señor, ahí estaba: “Y un Campeonato de Liga para el Sevilla”, escrito quién sabe en qué momento pero con la letra de un Daniel. De alguna manera, por lo inexplicable del caso quizá, aquel deseo ya no me pareció tan irrealizable. Tal vez, si persevera, algún año se le cumpla, pensé, y decidí escribir yo también mi propia carta. La mía, sin embargo, no fue para pedir, sino para dar las gracias a mi padre por devolverme la ilusión por la Navidad… y, por qué no, por el fútbol.

Un cuento de Navidad de Igor Iván Perez